Al elegir el viaje habíamos evitado Aqaba para reducir los kilómetros de traslados pues el autobús es agotador. Ya se sabe "la vida del turista es dura". Sin embargo, el operador ha decidido que no nos debíamos "perder" una visita a esta ciudad en el Mar Rojo, puerto franco de entrada a los países árabes y con un eminente carácter turístico, comparable a ciudades costeras españolas.
Para aficionados al buceo o quienes busquen un descanso en el viaje, Aqaba es un punto de referencia pero no era nuestro caso.
Por cierto, preciosa la fusión árabe-europea de la fachada del hotel Mövenpick que refleja el cuidado atractivo turístico de la ciudad.
Después de una panorámica de 10 minutos por la playa viendo de lejos los pocos símbolos históricos de la ciudad, tomamos la Carretera del Mar Muerto que sube paralela a la frontera con Israel. El recorrido junto al Mar Muerto permite apreciar todo el encanto de este particular mar que nadie sabe a ciencia cierta si tiene sus días contados. El paisaje en un día festivo cambia respecto al solitario mar que habíamos visto. Los jordanos aprovechan para acercarse a pasar el día en sus orillas y zambullirse (creo que imposible, mejor bañarse) en sus aguas saladas (33%).
Al final, lo que iba a ser una tranquila jornada paseando porAmmán, se ha convertido en un viaje de más de siete horas sin guía y con un conductor que sólo habla árabe, con el consecuente cabreo que nos pillamos. Ya perdido el día y visto lo visto, intentamos cambiar la noche en Ammán por una noche en el Mar Muerto pero el contacto que nos recoge ni lo intenta gestionar.
Creo que después de la paliza de viaje, lo mejor antes del viaje de vuelta hubiese sido una tranquila tarde disfrutando del mar o de un spa en el Mar Muerto.
Total, una ducha reparadora en el hotel, últimas compras en la tienda del hotel que no estaba mal de precio y a descansar que al día siguiente espera más de lo mismo. Menos mal, que el Um Ali nos endulza un poco la noche.
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