viernes, 26 de marzo de 2010

Japón Día 8. Nara y Geishas!!!

Antes de visitar Nara, en la misma línea de tren se encuentra el templo de Fushimi Inari con su ruta de mil toriis y, también hay que decir, mil escaleras que se convierten en deporte.

Después de casi una hora de paseo y tras llegar a la bifurcación del camino que marcan los toriis, tenemos que dejar de "escalar" y dar la vuelta o no llegaremos al final del día. La ruta íntegra son más de dos horas y no es el lugar para hacer "trekking".

Es imposible perderse en Japón. ¡Qué extraño!, prácticamente nos habíamos quedado solos en el tren a Nara, cuando pasado un rato la señora que viajaba a mi lado regresa a decirnos que "el otro tren es más rápido", todo ello en perfecto castellano y eso que iba leyendo un libro sobre cultura japonesa en finlandés, sueco o similar.
En la estación, Nara aparece su simpático representante, un budita cornudo, mezcla de lo que nos espera en la ciudad: tradición relogiosa y el parque con sus ciervos.

Otra muestra del grado de preparación para el turista. En el punto de información de la misma estación, por fin un mapa en español y ruta aconsejada de 3-4 horas aunque al final con los "apañitos" se alargará. Tras cruzar la calle principal que empieza en el Hotel Love -no pensemos mal todavía-, se llega al parque Nara donde esperan los pequeños pero acosadores ciervos.

Son los reyes del parque y de la ciudad. Pone una sonrisa en la cara ver como cruzan la carretera parando todo el tráfico, guiados o, mejor engañados, de su cuidador por supuesto siguiendo untrozo de comida.
Antes de entrar en el parque Nara, donde se encuentra la mayor concentración de templos y santuario, aparece Horiuji , con su enorme pagoda de cinco plantas.
Dentro del parque, emepzamos el recorrido por el norte, visitando el colosal, Todaiji, y pensar que se ha quedado en 2/3 del original.
Cruzando su pórtico, apabulla su gigantesco buda dorado en cuya palma cabe perfectamente una persona.
En una de las columnas del templo, se acumula un numeroso grupo. La curiosidad nos puede. Los niños están pasando por un angosto agujero hecho en el pie de la columna. Dica la leyenda, que quien consigue atraversala logra la vida eterna. Mejor no lo intentamos, no por no llegar a la vida eterna, que no estaría nada mal, sino por otros motivos relacionados con nuestra fisionomía.
Bajamos dirección sur por el parque, donde nos cae un impresionante aguacero -¿cuál es el mejor sitio para protegerse? Sí, una tienda.-pasando por santuarios como Kasuga Taisha.

Para cerrar la visita a Nara, visitamos el distrito más antiguo de Nara, Naramachi, y en particular una pequeña casa japonesa con su sala de té o sus habitaciones cerradas por livianas ventanas de papel, muestra de la forma de tradicional de vida.
Amabilidad máxima por parte de la responsable del centro que, a parte de un pequeño recuerdo en papel, se ofrece a sacarnos una foto en el exterior.
Cómida a base de una tempura un poco diferente, con diferentes pastas mezcla de verduras y pescados, en un pequeño local. Vuelta rápida a Kioto directamente para aprovechar el resto de tarde.

La tarde cambia de color y por fin, tiñe de azul el cielo de Tokio. Al bajarnos en Gion, parece un nuevo distrito con la puerta del santurario de Yasaka en otros tonos naranjas desconocidos hasta la fecha.

Son las seis de la tarde, teóricamente hora donde llegan las geikos -nombre de la tradicionales geishas en Kioto- a la calle Hanamikoji de Gion. Y se confirma la teoría, se rompe la tranquilidad de la calle por un enorme bullicio. Al menos nos cruzamos con media docena a las que asaltamos como paparazzis a la par que llegaban sus clientes en impresionantes coches con chófer.

Con sus impresionantes kimonos, maquilladas de blanco cruzan ante nosotros, casi huyendo de los turistas que se agolpan, cual elegantes relámpagos con pasitos cortos. Hanamikoji es una sucesión de cuidadas casas de madera forman la calle, comenzando con el principal centro de geikos, inconfundible con su color rojo-negro. Allí nos encontramos una pareja de chicos españoles, moviéndose por Kioto en un útil medio, la bicicleta y con un tremento despiste: no sabían que pasaba en esa calle.
Las bicicletas son otro de los aspectos que sorprenden. En un país tremendemente organizado, choca que las bicicletas circulen libremente por las aceras, generando alguna que otra vez situaciones tensas para los que no estamos acostumbrados.

A poca distancia y con un recorrido plagado de tiendas por la calle Shijo Dori, Pontocho, un callejón de unos tres metros de ancho y repleto de restaurantes iluminados por una sucesión de farolillos. La mayoría de ellos tienen vistas al río. Bien merece una buena cena pero el frío puede con nosotros. Tras comprar el billete de vuelta Tokio, retiramos a las nueve al hotel. Hoy se echa en falta un onsen con su agua casi abrasadora.

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