Llegamos a Rennes cansados y hambrientos con lo que primer objetivo buscar un lugar para comer. Y dónde mejor para el primer día que en lo que alguien llamó el McDonald bretón: una creperie. Según recorres esta tierra te das cuenta hay una creperia en cada esquina. Se cifran en unas 4.000 en toda Bretaña con lo que hambre es difícil de pasar.
Cambiando de tema, Rennes está estratégicamente situada en la entrada de Bretaña y es recomendada como punto de partida para visitar esta región. En ella se sitúa el parlamento bretón y se puede entrar en contacto con las casas medievales que nos acompañarán durante nuestra ruta.

Sin lugar a dudas, el castillo es punto central de cualquier visita a esta ciudad . Existe una gran diferencia respecto a la mayoría de los que habíamos visto el Valle del Loira, pues su carácter defensivo se hace notar rápidamente. Después de visitar el castillo, hoy también ayuntamiento, nos dimos un paseo por el pueblo siguiendo el plano que habíamos comprado en la oficina de turismo situada en frente de la estación de tren.
Rotos y destrozados por la paliza del viaje, nuestra adaptación al horario europero fue rápida: a dormir a las 10 después de una agradable charla con nuestros anfitriones, Suzzane y Peter. Peter nos ayudó a planificar la ruta del día siguiente sugeriéndonos algún lugar que no teníamos en mente como Mont Dol o Cap Fréhel.
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